Opinión | Me lo repite
Nuestro idioma sin palabras

Bebé agarra un dedo adulto. / EP
El idioma que mantenemos es sobre todo una representación de las emociones que nos conectan, un lenguaje en prototipo con el que unos pocos fonemas enlazan tímidamente las primeras palabras que compartirás con el mundo. Miradas, palmitas, risas, llantos y onomatopeyas han sido la base de nuestra comunicación desde hace meses. Sin saber qué expresión llegaría en primera posición al cielo de tu boca, sin privar al azar de su poder imprevisible, hemos ensayado a partir de las muecas y de los ruidos. Mascullar las ideas nos ha bastado para conocer el entorno, para articular una comunicación estrecha y fluida. Quererte es más que suficiente para comprender.
El habla nace del experimento con los sonidos, de una combinación aleatoria que, en un momento dado, suena bien. Del mmmm al ma-ma solo hay un pequeño camino. No importa lo más mínimo la primera palabra reconocible que hayas dicho porque la comunicación es mucho más relevante que el simple hecho de reconocer un término inteligible. Atravieso la puerta desde el trabajo y me recibes rasgando los ojos, sonriendo con los párpados un segundo antes de que lo haga la boca. Me señalas y ese dedo que me apunta me acaricia el corazón.
Mi gran preocupación es que el vínculo siga siendo tan fuerte cuando conozcas varios idiomas como lo es hoy en día, que manejas un repertorio de sílabas escaso. Egoístamente, como se comporta en ocasiones la paternidad al pensar a futuro, sé que extrañaré los momentos en los que, solo con la expresión de la cara, con la mirada y unos ruidos, nos entendemos por medio de un lenguaje secreto, con un diccionario esencial ajeno a las convenciones de la vida junto al resto del mundo.
Me impacta, por la responsabilidad que conlleva, una frase de la escritora Milena Busquets en su libro ‘Ensayo general’: «Hay que preparar a los hijos para todo, tan importante es contarles cuentos como que sepan contarlos». Te leo una historia infantil en portugués sobre la vida de un gato —está a decansar no sofá, está à caça de um belo petisco, está a brincar com o cão, está á procura do pássaro, está a apanhar flores para dar à mãe—, y sé que has llegado al final de la página porque te ríes o suspiras. Despacio, me distancio unos pasos y tú sola le explicas al juguete más cercano, o al propio libro, qué quieres contar. Ata, madum, taquí. Eres mi palabra favorita.
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