Carmen Avendaño es una guerrera. Desde aquella niña “mandona” que ponía firmes a sus nueve hermanos a la madre que plantó cara al narcotráfico en Galicia, ayudó a familias de toda España, se enfrentó al drama de la droga en su propia casa y fue capaz de convencer a chavales y a gobiernos han pasado casi 80 años. Ahora vive tranquila en su casa de Cangas. Problemas de salud le están robando algunos recuerdos pero sus ideales, su fuerza, su espontaneidad y su paso decidido permanecen intactos. Carmen, la trabajadora incansable que siempre apostó por la lucha colectiva, repasa una larga vida en la que ella prefiere destacar las muchas alegrías que hubo, pero tampoco esconde los enormes sufrimientos. Siempre habla en plural porque es una mujer humilde y asegura que tuvo la gran suerte (y acierto) de rodearse en cada momento de personas excepcionales. Pero ella es única. Su madre era extremeña y se mudó a Vigo buscando una vida mejor. Allí conoció a su padre, un artesano de velas de barcos con quien tuvo diez hijos a los que criaron en el barrio del Calvario. Carmen era la mayor y muy pronto tuvo que aprender a cuidar de todos ellos para ayudar a su madre. Aquello moldeó su carácter con una mezcla de cariño y dureza que es la firma personal de Carmen. Estudió Comercio y, con solo 16 años, conoció al amor de su vida y compañero de todas sus hazañas: Jaime Cagiao. Tras tres años de noviazgo se casaron y se instalaron en una casa antigua de la familia de él, en Lavadores. Cuando llegaron a este barrio se encontraron con una zona totalmente abandonada, sin agua corriente ni alcantarillado. Y despertó el espíritu luchador y la conciencia social de nuestra protagonista, que militaba por aquel entonces en el Partido Comunista y luego se afilió a las filas del PSOE. “En seguida me di cuenta de que no podíamos vivir así, que debíamos unirnos todos los vecinos para mejorar la zona y que tenía que ser una lucha colectiva. Les convencí y entre todos pagamos el alcantarillado y construimos las calles nosotros mismos, con la ayuda de los militares que estaban en el cuartel de Barreiro”, relata. La pareja tuvo cinco hijos, todos varones: Alberto, Jaime, Jorge, Abel y Rubén. En aquellos años, Carmen y Jaime tenían una empresa de pantallas de lámparas y llegaron a contar con cuatro empleadas, pero cuando Carmen se metió de lleno en Érguete traspasaron la empresa a la hermana de su marido. Pero llegó la sombra de la droga. Se hizo habitual ver a chavales de 12 y 13 años fumando marihuana y, al principio, casi nadie le daba mucha importancia. Luego llegaría la heroína. Los padres justificaban sus conductas extrañas. Pero Carmen supo ver más allá y detectó que aquello era un verdadero problema y no solo de un barrio o de una ciudad, sino a gran escala. “Nosotros mismos desconocíamos todo sobre las drogas, la mayoría éramos amas de casa o mujeres con escasa formación, y tuvimos que ponernos a estudiar, a formarnos, incluso nos traducían libros del inglés. El primer paso fue concienciar a los padres, a los chavales… Hasta que decidimos formar una asociación y nació Érguete”, explica. La asociación, que el próximo año cumple 40, estuvo protagonizada por las madres. “Logramos ir haciendo grupos y concienciarles de la gravedad con charlas de expertos y otras formaciones”, explica Avendaño, que agradece el apoyo que recibieron de todas las instituciones, “fueran del color que fueran, sin importarles que yo fuera de izquierdas”, destaca la responsable. Muchos jóvenes murieron aquellos años, de neumonía, de sida, de sobredosis… “Esos eran los momentos más terribles”, se emociona aún Carmen al recordarlo, “pero otros muchos lograron rehabilitarse en distintos proyectos a los que les enviábamos, como Proyecto Hombre o Patriarca, y después trabajábamos para su reinserción laboral, para lo que contábamos con el apoyo de muchas empresas que confiaron con nosotros y a los que nunca defraudamos”, añade. Pero Carmen quiso ir incluso más allá, al origen mismo del problema: el narcotráfico, y se enfrentaba personalmente a los vendedores de droga, denunciando a los narcotraficantes con nombre y apellidos. “Íbamos a los comercios y bares en los que sabíamos que se trapicheaba y nos poníamos en la puerta. Era peligroso, pero realmente yo sabía que no me iban a matar, aunque un par de veces atentaron contra mí”, advierte. Su marido, Jaime, escucha en silencio. Le pregunto cómo llevaba él, que trabajaba en un banco, los riesgos que corría su mujer. “Era imposible convencerla; ella siempre hizo lo que consideraba que tenía que hacer”, responde resignado. Los hijos de Carmen, cuenta, se implicaron también en el proyecto. “Ellos nos ayudaban a detectar los casos y a hablar con los chavales”. Sin embargo, a pesar de conocer de cerca el horror de las drogas, dos de sus hijos sucumbieron también a ellas. “Fue inevitable, estaban en la sociedad, no en una burbuja”, dice Carmen, a la que se le empañan aún los ojos al recordar aquella etapa tan dura. Hay sensaciones que ninguna enfermedad puede borrar. Uno de sus hijos, Abel, falleció de neumonía hace tres años. “Las drogas le marcaron para siempre”, lamenta su padre. La fama y el arrojo de Carmen traspasaron fronteras y asociaciones de toda España y también de fuera la llamaban para que contara su experiencia y les guiaran en su camino. “Recuerdo cuando nos invitaron en Buenos Aires, un estadio lleno de gente. Fue emocionante”, dice. “Y Érguete plantaba una semilla en cada uno de aquellos sitios a los que íbamos”. Aquellas madres luchadoras consiguieron reunirse con dos presidentes del Gobierno, que se modificasen leyes, que se procesara a los intocables narcos y se embargaran sus bienes para revertir su valor en centros de tratamiento a drogodependientes. Queda para la historia aquella imagen de 2008 en la que Carmen abría de par en par el portón de hierro del Pazo Baión, de Laureano Oubiña, símbolo del fin de su poder. “Ni locas ni terroristas, que somos madres muy realistas”, tararea Carmen evocando el cántico que coreaban. Sigue siendo la presidenta de Érguete y afirma que le gusta estar informada de lo que pasa. De vez en cuando, se desplaza a Vigo para verles. Este año recibieron la Cruz Blanca de la Orden al Mérito del Plan Nacional sobre Drogas que otorga el Ministerio de Sanidad, uno más de los numerosos reconocimientos que posee esta Fundación, que solo el año pasado atendió a más de 8.000 personas de Vigo y su área. Carmen también recuerda con cariño los 17 años que trabajó en la directiva del Celta de Vigo. “Había muy pocas mujeres en las directivas de los clubes de fútbol pero yo nunca permití que me tratasen diferente por ser mujer; era muy descarada y la verdad es que hice muy bien mi trabajo”, asegura sonriente. Recuerda un partido en un país árabe en el que no estaba permitido que las mujeres participasen y la abuchearon en el campo, a lo que ella respondió aplaudiendo y sonriendo orgullosa. “Al final, a los machistas se les calla así”, opina. También se adentró en la política como concejala, primero en Cangas y luego en Vigo, con Soto como alcalde. “No tuve problemas con nadie y trabajamos mucho”, resume. El mejor regalo a estas alturas de su vida, destaca la presidenta, es cuando se le acerca un hombre por la calle y reconoce a aquel chaval al que ayudaron en su momento y hoy tiene una familia y un trabajo y la abraza emocionado y agradecido. “Esa sensación es extraordinaria”, confiesa Avendaño. Una parte de la vida de Carmen fue llevada a la gran pantalla por Gerardo Herrero en la película “Heroína”, protagonizada por Adriana Ozores y con guion de Ángeles González-Sinde. “Al principio mis hijos no querían que se hiciese pero al final nos decidimos y el resultado me gustó. Pudimos opinar sobre el guion y Adriana vivió varios días con nosotros y es una mujer maravillosa”, recuerda la verdadera protagonista. Carmen y Jaime casi nunca están solos en casa. A diario se acerca alguno de sus hijos, de sus seis nietos o sus cinco bisnietos, a verles. Y todos los domingos se reúne la familia completa a comer en su casa. Bromean sobre quién cocina para todos, si es Carmen la que lleva el peso o si realmente es Jaime el que más trabaja, como asegura él. Pero salta a la vista que lo disfrutan. “Mientras podamos, lo seguiremos haciendo”, coincide la pareja. Nadie en la familia se olvida del peligro de las drogas. “Me preocupa que muchos jóvenes aún no ven la realidad y tienen poca conciencia a pesar de contar con mucha más información que en los años 80. Los padres no pueden bajar la guardia y deben seguir trabajando mucho con sus hijos”, concluye Carmen. Betty Ford (Chicago, 1918- California, 2011) demostró desde temprana edad una fuerte determinación por la justicia social que la llevó a convertirse en una figura influyente en la lucha por los derechos de la mujer y la prevención y tratamiento de las adicciones. Mientras su esposo, Gerald Ford, presidía Estados Unidos, Betty se vio sumida en el abuso de alcohol y analgésicos. Su hija organizó una intervención con familiares y médicos para que reconociese su adicción e ingresó unos meses para desintoxicarse. Este revelador capítulo la impulsó a reconocer la necesidad de un cambio en la forma en que la sociedad y el sistema de salud abordaban el problema de las adicciones. En 1982, fundó el Centro de Tratamiento Betty Ford en California. Este centro pionero se estableció como un lugar de sanación proporcionando un enfoque integral que abordaba no sólo la dependencia química, sino también las necesidades emocionales de los pacientes. Fue una defensora incansable de la comprensión y la empatía hacia las personas que luchan con la adicción y contribuyó a desestigmatizar la adicción y alentar a otros a buscar ayuda.