Opinión
Escándalo mundial

Obras de reforma de la grada de Gol del estadio municipal / Marta G. Brea
Lo que tiene la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) sobre la mesa, además de un escándalo mundial (lo de mundial le viene al pelo; parece que cada gran competición tiene el suyo), es la oportunidad de demostrar si esa política de transparencia total que Rafael Louzán enarboló como bandera durante toda su campaña a la presidencia era algo más que un eslogan. «Luz y taquígrafos», dijo en estas páginas apenas unos días antes de su entronización como amo del fútbol español, en referencia a la candidatura viguesa, con Balaídos ya excluido de mala fe de la lista de estadios españoles que acogerán el Mundial de 2030. Pues eso: luz, taquígrafos y responsabilidades.
Una decisión sin "fair play"
Porque mucho se les llena la boca a los responsables del fútbol con el fair play, aunque luego no lo practiquen. En todo lo que ha rodeado al proceso de selección de sedes hay de todo menos fair play. Como prueba, frases inaceptables como «vamos a meter valores en el Excel hasta que nos cuadre», extraídas de unos audios que dejan en evidencia la falta de rigor y profesionalidad de quienes tomaron una decisión a todas luces injusta con Vigo y su gente. ¿Por qué? ¿Qué interés había en dejar a la primera ciudad de Galicia sin su segunda experiencia mundialista? ¿Quiénes son los responsables últimos de esta injusticia? Y sobre todo, ¿qué va a hacer ahora la RFEF, más allá de esa investigación interna que promete?
Primero nos vendieron el argumento de que la candidatura viguesa se caía por su esquema financiero (cuando todo el mundo sabía que estaba cogido con alfileres porque el estadio está prácticamente renovado y, si de algo puede presumir este ayuntamiento, es de salud financiera, frente a otras sedes en mucha peor situación, con estadios que necesitan ser rehechos o construidos desde cero). Luego dijeron que no, que el problema era el aforo exigido por la FIFA (otra trola, porque el Concello presentó un plan para ampliar Tribuna y alcanzar los 45.000 asientos). Y ahora resulta que tampoco, que hubo que «meter valores en el Excel» hasta que, efectivamente, cuadró… y Vigo quedó fuera de juego sin opción de reclamar al VAR. Vamos, que alguien me explique dónde está aquí el fair play.
A las niñas y niños les enseñamos que hay que jugar limpio, que no hay que hacer trampas y que, si pierden porque los otros son mejores, no pasa nada: lo importante es participar. No quiero ni imaginar qué les enseñarán a sus hijos los responsables de esta trampa diseñada para dejar a Vigo sin Mundial. Yo, a los míos, no les permito hacer trampas ni al parchís. Pero también les enseño a que no se dejen tomar por tontos.
Lo mínimo que merece Vigo es una explicación honesta. Sin más excusas, sin más cortinas de humo. La RFEF de Rafael Louzan tiene en su mano demostrar si su discurso de transparencia es algo más que palabras vacías o si, una vez más, el fútbol español sigue siendo ese coto cerrado y opaco donde las reglas se manipulan a conveniencia. Porque aquí no se trata solo de un estadio o de un evento deportivo: se trata de respeto, de credibilidad y de justicia. Y si la Federación no es capaz de dar respuestas claras, que luego no se extrañe si la afición empieza a perder la fe en un juego que, por lo visto, no siempre se juega en igualdad de condiciones. Ni gana el mejor.
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