Opinión | El correo americano

«Born in the USA»

Fue una de las fotos más comentadas del momento. Aparecían dos hombres en un mitin de Trump con una camiseta que decía lo siguiente: “Preferimos ser rusos a ser del Partido Demócrata”. La cita, como tantas otras, fue elevada a categoría. El periodista Zach Beauchamp escribió que la imagen captaba a la perfección el estado del Partido Republicano; era una manifestación de lo que el profesor de la Universidad de Georgetown Jonathan Ladd denominó “partidismo negativo”, la tendencia a votar por una formación política debido al odio que se siente hacia otra. Estábamos en el año 2018.

Sabemos que el culto a la personalidad ha superado todas las expectativas. Si Trump ha sido capaz de hacer que los republicanos pasaran de ser defensores del libre comercio a convertirse en promotores de los aranceles, o que justificaran conductas moralmente reprobables y desdeñaran el asalto al Capitolio y los abusos de poder, ¿por qué no podría hacer también que, dándole un nuevo giro a la lógica de la Guerra Fría e impugnando la doctrina de Reagan, los conservadores estadounidenses se transformaran en unos confesos admiradores del Kremlin? Ocurre, como ya se ha escrito muchas veces, que demócratas y republicanos no solo defienden dos programas políticos distintos, presentan dos ideas radicalmente opuestas sobre lo que significa ser estadounidense. Los republicanos en el poder han llevado esta intransigencia hasta el paroxismo; quien no acepte sus consignas es un traidor.

Se dice que el guerracivilismo trumpiano ha quebrado todos los consensos. Aunque estos ya llevaban rotos desde hace mucho tiempo. Lo que pasa es que ahora, debido en parte a la fragmentación de la audiencia (cada espectador tiene un medio de comunicación hecho ideológicamente a su medida), han saltado en mil pedazos. Ya no hay mucho interés en persuadir al adversario; la intención es inhabilitarlo. De ahí que algunos simpaticen más con los ciudadanos de una potencia extranjera (y desconocida) que con sus propios compatriotas. Como la amenaza real (lo woke, la izquierda radical, etc.) se halla en el interior, los aliados no se establecen como consecuencia de una cultura común sino de unos dogmas. Siguiendo ese planteamiento, en MAGA se sentirían más cercanos a un hombre tradicional de San Petersburgo que a una feminista de Vermont.

Los salvadores de la patria piensan que no todos caben en ella, empezando por los inmigrantes que, según Marco Rubio, para no ser expulsados de su país de acogida, han de mantener la boca cerrada. Cuando uno de los logros más extraordinarios de Estados Unidos fue precisamente consolidar una tradición que fomenta el contrapoder y la libertad de expresión: la críticas más feroces al país siempre procedieron de ciudadanos del propio país. Esta disidencia, a pesar de que algunos la han asociado con el antiamericanismo, además de ser una señal de salud democrática, también es un acto de patriotismo. En el mejor de los casos, la postura autocomplaciente e intolerante del nacionalista (la idea de que todo se ha hecho bien, de que somos los mejores y de que quien no acepte esta visión es un enemigo) suele conducir a la atrofia intelectual y al estancamiento; en los peores, a la guerra y a la dictadura.

Convendría no olvidar, sin embargo, que Estados Unidos es el país de Martin Luther King Jr., de James Baldwin, de Hunter S. Thompson, de Gore Vidal, de Noam Chomsky, de Bob Dylan y de Bruce Springsteen. Todos ellos críticos con el país, en ocasiones profundamente desencantados con el sistema. Pero todos ellos estadounidenses. Y todos ellos (muy distintos entre sí) representantes de las mejores tradiciones estadounidenses. Un Estados Unidos que ha asombrado al mundo por su brillantez, su arrojo y su constante inconformismo. Un Estados Unidos que busca la verdad de sí mismo en los lugares más incómodos sin dejar de ser nunca Estados Unidos.

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