Opinión | Miel, limón & vinagre
Fernando Simón, el rostro humano de la covid
Simón fue popular, populista y populachero en ruedas de prensa donde la revelación médica más espectacular podía consistir en "me he atragantado porque me acabo de comer una almendra"

Fernando Simón. / EPE
En la industria de la aviación vuela el adagio "si quieres conocer la importancia de la seguridad aérea, prueba a tener un accidente". Traducida al ámbito microscópico, si quieres saber para qué sirve un epidemiólogo, prueba a tener una pandemia. Pedro Sánchez se regocijaba todavía en su gira congresual del pasado fin de semana jugueteando con la distinción entre Sanidad Pública y Salud Pública, como el niño que acaba de descubrir las virtudes de un imán.
Por tanto, España sigue inerme ante un nuevo asalto vírico, y en la reedición no dispondrá de un Fernando Simón. Fue la covid con rostro humano, la epidemiología puesta al alcance de los niños, incluso del presidente del Gobierno. Nadie podría haberlo hecho mejor. Nadie podría haberlo hecho.
El título aquí adjudicado a Simón podría disputarlo Salvador Illa. Si embargo, la austeridad de maratoniano exhalaba en el entonces ministro de Sanidad un atisbo de desdén. Se mostraba tan alejado del virus como de los seres humanos, está protagonizando una espectacular trayectoria electoral sin mezclarse con su público, encarna al socialista aristocrático sin llegar a los mayordomos enguantados de Miguel Boyer.
En cambio, Simón fue popular, populista y populachero en ruedas de prensa donde la revelación médica más espectacular podía consistir en: "me he atragantado porque me acabo de comer una almendra". Aportaba el material perfecto para una televisión en pandemia, con el mérito adicional de que inventó su personaje, porque el zaragozano que acabó siendo objeto de culto sacerdotal no era inevitable. Nada permitía presagiarlo en el inicio aciago de una pandemia que mató oficialmente a más de 120 mil españoles.
Pedro Sánchez no ha inventado en 2025 la militarización de España, la uniformidad y uniformización del país sobrevino en marzo de 2020. Rodeado de jerarcas entorchados, el presidente del Gobierno decretó el regreso a la edad media apestada, con sus rogativas, cánticos, novenarios y tedeums a la clase médica.
El Gobierno programó un confinamiento dictatorial, donde la desobediencia sería interpretada como una deserción castrense. Según suele suceder en el país de marras, la grandilocuencia desembocó en Fernando Simón, uno más, uno de los nuestros, el desconocido a quien se confían los secretos más íntimos al encontrarlo en el tren o el avión. La personalidad arrolladora se impone a los deslices de su propietario.
Nadie reprochó en su día ni retrospectivamente los errores de Simón, aquella "falsa sensación de seguridad" que suministraban las mascarillas. Esta prenda sutil permitiría forrarse a la banda de Ábalos, al hermano de Ayuso, al novio de Ayuso, a decenas de pícaros embozados todavía hoy en el anonimato. Cómo no iba a exigirse unanimidad en el abordaje de una pandemia tan rentable.
La voz cascada y aguardentosa de Simón, el despeinado y las arrugas de ojos claros. Se le transfirió el carisma alcanzado en su día por Félix Rodríguez de la Fuente. Tampoco es casualidad que epidemiólogo rime con meteorólogo. La voz serena de la covid ayudó a la normalización de la tragedia, para que el país no cayera en la locura. Cada país contó con un guía inesperado durante el coronavirus, el gobernador neoyorquino Andrew Cuomo en el caso americano.
El meteorólogo traduce sin miedo ni esperanza los 228 cadáveres de la Dana a litros por metro cuadrado, el epidemiólogo Simón transformaba la tragedia en estadísticas de velocidad de contagios. No bromeaba, relativizaba, hoy presume de que nunca obedeció una consigna política y de que en alguna ocasión tuvo que frenar disparates de los gobernantes junto a sus colegas.
Las consecuencias de la covid también son fúnebres, véase la muerte de los expertos. Los especialistas generan hoy más desconfianza que los amateurs, de ahí la extrañeza al consignar que Simón es epidemiólogo, que sigue al frente del pomposo Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias. Pensábamos que este personaje que la historia no tenía previsto había surgido del asfalto por floración natural.
El descrédito de la expertise implica que Simón fuera más grande que nunca en su retirada de los focos, la extinción de la llama. Ha rebrotado a raíz del quinto aniversario de la pandemia junto a Jordi Évole, su alma gemela en el terreno periodístico. Regresará al anonimato, no ha sufrido los zarpazos de su colega estadounidense Anthony Fauci, el salvador de una pandemia que contribuyó a generar con los virus reforzados que autorizó a desarrollar en China. Por fortuna, nadie asociaría a España con la investigación científica.
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