Querido diario: la escritura como refugio de la niñez
Los primeros diarios aterrizan en nuestra vida en la más tierna infancia o adolescencia y nos ayudan a perfilar nuestra identidad, aclarar nuestros pensamientos e identificar de nuestras emociones

Fotografía de algunos de los diarios analizados para la película 'Crías' (estreno próximamente). / Xiana do Teixeiro
A pesar de que el journaling –término anglosajón para denominar el registro escrito de nuestros pensamientos, experiencias y reflexiones– está más de moda que nunca, no deja de ser una práctica tan vieja como las pesetas. Los diarios, los cuadernos íntimos, llevan existiendo desde hace siglos y la escritura ha sido siempre una poderosa herramienta psicológica y educativa para niños y adultos.
Stella, de 66 años, comenzó a escribir cuando tenía unos 12. Su historia contrasta con la de Nuria, quien, a la misma edad, abandonó el suyo. Escribía desde los siete, pero las constantes intromisiones en su intimidad de su hermano –y a veces, hasta de su madre– le hicieron dejarlo. «¡En esa casa no se podía tener secretos!», recuerda con gracia.
En el caso de Stella, dejó de escribir sus diarios a los 14. En ellos recuerda hablar sobre sus sueños, sus fantasías, su familia, sus amigas, sus amores. «También recuerdo reflejar mi despertar a la sexualidad desde la duda, la culpa, reflejo de la educación católica que recibí», rememora.
Tal y como reflexiona Xiana do Teixeiro, cineasta y productora gallega, «escribimos para situarnos, en un intento de ordenar experiencias de las vidas caóticas que llevamos». Ella misma se ha dedicado estos últimos años a investigar sobre diarios íntimos de infancia y adolescencia para su próximo documental, Crías, que espera salir a la luz el próximo verano. En él plantea una reflexión sobre su contenido, su forma y su «potencial subversivo y liberador».
El poder de los diarios

Foto de Pep Herrero, de la exposición «Cultura de dormitorio», de Xiana do Teixeiro. / Cedida
Escribir en la intimidad, sin que nadie pueda leer lo que pensamos, se ha hecho siempre a lo largo de la historia. En ocasiones, esas páginas secretas han llegado a convertirse en fenómenos literarios leídos en todo el mundo.
Uno de los ejemplos más famosos es el del Diario de Ana Frank. Así es cómo la pequeña Ana explicaba qué sentía al escribirlo mientras permanecía escondida junto a su familia en Ámsterdam durante la Segunda Guerra Mundial: «Me causa una sensación extraña el hecho de comenzar a llevar un diario. Y no sólo por el hecho de que nunca había «escrito». Supongo que más adelante ni yo ni nadie tendrá algún interés en los exabruptos emocionales de una chiquilla de trece años. Pero eso en realidad poco importa. Tengo deseos de escribir y, ante todo, quiero sacarme algún peso del corazón».
Otros diarios, como los de Anaïs Nin, Sylvia Plath o Virginia Woolf, también han traspasado las fronteras de la privacidad y han demostrado que la escritura se manifiesta primero, en muchas ocasiones, a través del relato de lo propio. Para la mayoría de personas –y especialmente, aquellas que han sido socializadas como mujeres– el primer diario aterriza en sus vidas al mismo tiempo que la escritura o bien la entrada en la adolescencia.
Aranxa explica a FARO que escribió sus primeros diarios en segundo de Primaria: «Hacía una comprobación de mis emociones constantemente y estaba obsesionada con el amor. Lo vivía todo con mucha intensidad y lo registraba todo». Y es que escribir ayuda a comprendernos a nosotros mismos.
La psicóloga sanitaria viguesa especializada en niños y adolescentes Sara Arjones explica que «redactar un pequeño diario o registro de cómo nos sentimos, de lo que hacemos (o lo que no hacemos), puede ayudarnos a encontrar patrones y soluciones a los problemas».
La búsqueda de la identidad es una de las temáticas más repetidas en las páginas de estos cuadernos. Así lo detectó Xiana do Teixeiro, testigo privilegiada de los diarios secretos de decenas de mujeres: «Muchas adolescentes empiezan a definirse en sus diarios a través de lo que no son. ‘Nunca voy a ser esto, no soy lo que mi padre o mi madre quieren, no soy solamente lo que ven los profes o lo que quieren los chicos…».

Un tachón sobre la página de uno de los diarios de la película 'Crías'. / Xiana do Tenreiro
Además, la forma de escribir un diario es única. A diferencia de otros formatos, lo que se cuenta aquí está pensado para no ser leído; por eso, en muchos textos el niño o la niña que escribe se autocensura: recurre a lenguajes inventados, siglas, dibujos o incluso tacha o arranca posteriormente las páginas que no quiere que nadie más descubra.
Por ese mismo motivo, los diarios suponen textos «incoherentes» y «contradictorios», como describe Xiana do Teixeiro: «A veces resultan casi imposibles de entender hasta para una misma».
Un rincón propio

Diarios con candados. / Xiana do Teixeiro
Durante mucho tiempo, los diarios se han asociado a lo cursi, a lo femenino. Pero tal y como explica la cineasta Xiana do Teixeiro, en el pasado los diarios no siempre han tenido esa imagen. Los diarios de viajes o de investigación, escritos por hombres, eran abundantes y gozaban de prestigio antes del siglo XX.
Fue con la aparición de la adolescencia como «fenómeno demográfico y marketiniano» cuando la escritura de diarios –concretamente, de diarios íntimos— se feminizó y se tornó trivial a ojos de la sociedad. Y aunque en la actualidad cualquier persona registra su vida por escrito y los diarios han perdido parte de esa esencia ‘femenina’, mantienen parte de la magia que une las infancias de mujeres de diferentes generaciones.
«Me gusta ver cómo en ese espacio una adolescente cualquiera es todopoderosa y autosuficiente»
«Dentro de que cada una escribe a su manera y nuestras vivencias están atravesadas por lo personal, tenemos muchas cosas en común», admite emocionada Do Teixeiro. A partir de los testimonios sobre diarios que ha podido recopilar FARO para este reportaje, esa convergencia es evidente. Las amistades, el amor, los sentimientos o la relación con la familia (especialmente, con la madre) se repiten como temas recurrentes del diario en casi todas las respuestas.

Cómo motivar a los nuevos diaristas
La psicóloga Sara Arjones reconoce que «está demostrado que plasmar nuestros pensamientos y sentimientos en un papel, ponerles nombre y tomar distancia de ellos nos puede ayudar a coger perspectiva y ver las cosas con más claridad, a la vez que identificar patrones de pensamiento negativos y modificarlos», tengamos la edad que tengamos.
«En el caso de niños y adolescentes, ayuda mucho que la relación con la parte académica o lingüística sea buena, si no es así, es habitual que la propuesta la cojan con rechazo, por mucho que se les explique los beneficios que tiene». Por eso, anima a que se presente la escritura como un juego. «Si aún encima esta expresión viene acompañada de su persona de referencia, todavía mejor. Que ellos vean que es una estrategia que mamá, papá o la tía usan cuando necesitan plasmar sus ideas sobre un papel y que esa práctica también puede ayudarles».
La coruñesa Gema García tiene 25 años y empezó a escribir diarios cuando tenía ocho porque su mejor amiga también lo hacía. «Dejé de hacerlo cuando empecé el instituto porque sentía que eso era algo “de niñas pequeñas” y lo retomé en la universidad. Desde entonces escribo de forma puntual para desahogarme o para dejar por escrito momentos y sensaciones importantes que no quiero olvidar», cuenta.
«Es muy bonito cuando en algunos casos la escritura arraiga y esa niña o joven se convierte en diarista. Empieza a haber una relación muy importante con ese escrito que nadie más ve, que se hace para que nadie más lo vea ni le dé valor porque para una misma es útil», afirma Xiana do Teixeiro, «Me gusta ver cómo en ese espacio una adolescente cualquiera es todopoderosa y autosuficiente».

Una página del diario de Gema cuando tenía 10 años. / Cedida
Sin embargo, «para muchas mujeres no hay nada peor literariamente ni emocionalmente que su diario adolescente», reconoce la productora. Algunas incluso se deshacen de este objeto por pudor, por mantener lejos esa niñez o adolescencia donde las cosas no siempre eran de color rosa.
«Leyéndolos de nuevo, sentí pena. También me causó bastante risa. Pero lo que más me marca es pensar de dónde sacaba tanto lenguaje para explicar ese dolor que sentía de niña», confiesa Aranxa.
Laura, de 27 años, ha continuado registrando su vida por escrito, aunque reconoce que no lee sus diarios de adolescente para evitar la tristeza: «Al final le tengo mucho cariño a las versiones pasadas de mí, pero es duro revisitar el pasado, sobre todo sabiendo lo muchísimo que he cambiado». Ella y muchas otras mujeres siguen escribiendo sus vivencias y pensamientos en la adultez, aunque no sea a diario, aunque no sea en un cuaderno con candado o páginas de colores pastel.
A pesar de todo, el diario íntimo sigue ocupando un lugar contradictorio. Y si bien es una herramienta de autoconocimiento valiosa, tampoco ha dejado de ser, como Xiana do Tenreiro lo describe, «el lugar literario más bajo, el más vergonzoso, el más repudiado».
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