O PUNTEIRO
Un resistente en Ribadelouro
MANUEL VÁZQUEZ DE LA CRUZ
La aldea, que yo siempre consideré mía, es muy distinta a la que había cuando empecé a sentirla como propia.
Entonces aún se cultivaba centeno y la medida apropiada, entre el vivir o no, era la de tener tierra para sembrar maíz cuya cosecha lo diera "pan para el año".
Esta frase es como la respuesta de Sancho Panza a la pregunta de Don Quijote sobre lo que significaba ser rico. Ser rico, mi señor, es no pasar hambre, contestó el escudero.
En mi aldea, cuando yo tomé conciencia de lo que sucedía, se pasaba de todo. Necesidades, hambres, enfermedades, mortalidad infantil y sobre todo mucho deseo de cultivar.
En la parroquia había entonces todo lo descrito y muy poca de tierra pero mucho oficio de agricultor. Años después pensé que esas dos circunstancias habían salvado a la gente que sobrevivió. Sobrevivir era por lo que se luchaba.
Si no, como los que ahora vienen, se marchaba a las Américas. Algunos retornaron, muchos murieron allá y de otros no se supo jamás.
Vinieron entonces los tecnócratas del sistema y sus planes de desarrollo que necesitaban recursos y abundante mano de obra para la industria. Impulsaron la salida de emigrantes para la Europa capitalista para que mandaran remesas de divisas; se propició que las tierras abandonadas fueran adquiridas a precios irrisorios por Sociedades Anónimas o agricultores ricos.
No se pensó para nada en los que trabajaban la tierra. Sólo se les consideró personas a las que había que hacer proletarios a la fuerza aquí o en cualquier otro país. Pero aquí no se creó la suficiente industria para generar el empleo necesario. La emigración, solo el cincuenta por ciento legal pero con el dato bien oculto por las autoridades, mandó divisas. Lo que convenía al régimen. La tierra empezó a dejar de cultivarse. Bajó el paro como un milagro del general.
Y cuando uno lee las previsiones del tercer plan y lo traslada al momento, una vez más, ve a Galicia primero como ahora, casi yerma, y después convertida en un inmenso eucaliptal. Aquí llega todo, lo malo también, un poco más tarde. Esas tierras abandonadas son las que van a adquirir, a precios irrisorios, los futuros propietarios de terrenos para "eucaliptilizarlas".
La tierra, la que trabajaron nuestros antepasados durante milenios, se queja, a su modo, en un poema de mi hermano Ángel.
RESPOSTA DA TERRA
Primeiro foi a terra:
A súa oferta de penumbra,
humidade e silencio.
Acolleu un día a semente:
a vida toda en dúas espirais que se abrazan,
precarias reservas para a azarosa espera.
E despois de chuvias,
soles, orballos€
a silandeira exhalación da terra:
esa simetría de cor e paz.
O poeta gardou a súa melodía fluvial.
E, despois, díxolle á terra:
- Non o merecemos ¡ Non merecemos isto !
E oíu o silencio da terra:
- Tes razón: xa o sei; pero é a miña forma de ser.
En mi aldea de cinco tiendas no queda ninguna. De cuatro FERREIROS solo queda José.
De José, el resistente, escribo. Nació en Mosende y aprendió el oficio con su padre. Hacían y arreglaban aperos de labranza. Conforme los tiempos fueron cambiando también "le dieron" a la fontanería.
A los veintiún años se vino a Ribadelouro por amor. Ya es abuelo.
La crisis, esa de la que los millonarios salieron más millonarios y los otros más pobres, le pegó duro pero resistió.
Entre las cosas más emocionantes que he sentido está el ver trabajar juntos a la pareja. Él es el gran cirujano del hierro, su mujer la enfermera. Sin que el "operador" diga nada Mariluz le da la herramienta precisa.
Es alto, buen mozo, un atleta aldeano en sus andares y en su forma de vivir. Cara y mirada de gigante bondadoso.
Tiene unas manos enormes que maneja con exquisitez de sabio porque a ellas une un cerebro de ingenio. Cuando en la granja de un amigo mío surgía un problema que aparecía insalvable, él sabía que "o Ferreiro" de Ribadelouro y su mujer podrían solucionarlo. Algo inventarán, pensaba.
Lo conocí hace algún tiempo cuando compré un remolque suspendido, que decían muy práctico. Lo era en carretera pero para colocarlo en la bola del remolque se necesitaban dos hombres y fuertes. Se lo llevé. A los cinco días tenía mi remolque un artilugio que puedo manejar solo y con una mano.
O Ferreiro de Ribadelouro construyó una máquina que corta árboles y los trocea para leña, un portento.
El mismo, ingeniero por ingenio, está trabajando en unas perreras que se autolimpiarán las veces programadas al día. También parece un especialista en marketing.
Hace años patentó un sistema para dar seguridad en las obras. Lo que deja claro que o Ferreiro de Ribadelouro es un inventor homologado.
Nos estamos quedando sin aldeas y olvidando lo mucho que en ellas se aprendía.
Si no se hace una ordenación mínima del territorio, se perderá también la tierra y quizás, en algún incendio, muchas vidas.
Otras zonas de España han devenido en latifundistas en la medida en que ha cundido el minifundismo mental y cultural. En Galicia puede pasar lo mismo pero afincados en los suelos solo habrá un tipo de árboles. Los dueños serán, en común o privativamente, latifundistas del eucalipto.
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