Opinión
Alemania, en pie de guerra
Alemania se ha declarado en pie de guerra con la aprobación por las dos cámaras –el Parlamento Federal (Bundestag) y la de las regiones (Bundesrat)– de una reforma constitucional que facilita el rearme. Dicha reforma permite saltarse el tope de gasto para invertir masivamente en defensa con el argumento, constantemente repetido por los medios, de que el «autócrata ruso» no se detendrá en Ucrania si Europa no le para.
En lo que algunos califican de maniobra «antidemocrática», el Gobierno todavía en funciones del socialdemócrata Olaf Scholz adelantó la votación para impedir que el nuevo Parlamento salido de las urnas, con una reforzada Alternativa para Alemania, pudiera bloquear la reforma. Los Verdes, otrora ecopacifistas pero en este momento el partido más belicista del espectro político alemán, salieron fuertemente debilitados al igual que los socialdemócratas de las últimas elecciones, lo que habría dificultado su aprobación, de haber dejado la votación para más tarde.
En el Bundesrat, también los gobiernos de los que forma parte Die Linke (la Izquierda) votaron a favor del rearme, y sólo aquellos otros en los que están representados los liberales o la Alianza Sahra Wagenknecht, ambos desaparecidos del Bundestag, optaron por la abstención. El líder bávaro, el cristianosocial Markus Söder, calificó la aprobación de la reforma de «plan Marshall germano» y, remedando a Donald Trump (America is back), proclamó que Alemania había vuelto.
A algunos observadores, las votaciones en ambas cámaras les recuerda ominosamente lo sucedido en vísperas de la Primera Guerra Mundial cuando, en agosto de 1914, el Partido Socialdemócrata alemán votó a favor de los «créditos de guerra». Los socialdemócratas, que eran el partido más fuerte en aquel momento, traicionaron su propia historia y rompieron sus promesas de que frenarían «una guerra imperialista» en Europa.
La mayoría de sus correligionarios de otros países harían lo mismo en los días sucesivos: una oleada de nacionalismo se apoderó de la clase trabajadora, y nadie pudo ya evitar la gran catástrofe. Los tiempos son hoy ciertamente distintos, pero no resulta demasiado tranquilizador que precisamente Alemania parezca decidida a transformar algunas de sus fábricas de automóviles en fábricas de tanques o municiones, como han propuesto ya algunos empresarios y políticos.
El alemán Manfred Weber, presidente del Partido Popular Europeo, aboga por la reconversión del continente a lo que llama «una economía de guerra». Las acciones de las grandes empresas de armamento como Rheinmetall o Krauss-Maffei se han disparado, pero los tanques sólo sirven para destruir o ser destruidos. Nada provechoso para los ciudadanos puede salir de ellos. Entre mantequilla y cañones, muchos parecen apostar una vez más por lo segundo.
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