Ciclismo

Arenberg, la temida recta 'infinita' de adoquines de la París-Roubaix que propuso un minero hace 57 años

Se estrenó en el año 1968 por petición de un antiguo minero de la zona que se pasó al ciclismo

Son 2,3 kilómetros rodeados de bosque y está a 95 kilómetros del Velódromo de Roubaix y este domingo puede volver a ser clave

Arenberg, listo para la París-Roubaix. / X

David Boti

Barcelona

No es el tramo más largo, ni el más técnico de la París-Roubaix. Pero sí el más temido. El Bosque de Arenberg, oficialmente llamado La Trouée d’Arenberg, es la puerta al verdadero infierno. Una recta de poco más de dos kilómetros que ha definido carreras, destruido sueños y convertido a ciclistas en leyendas. Aquí empieza todo, o todo se termina.

El tramo fue descubierto en los años 60 por Jean Stablinski, exciclista y antiguo minero de la zona. Conocía el bosque como la palma de su mano: el adoquinado era irregular, antiguo, brutal. Propuso incluirlo como homenaje a sus raíces obreras. Nadie imaginaba que ese lugar marcaría un antes y un después en la historia del ciclismo.

El minero iba al trabajo por caminos de piedra en una bicicleta que se compró con el dinero que ganó en un concurso de acordeón. Con la bici en casa su vida pegó un cambio que nunca pudo imaginar. Stablinski se enganchó al ciclismo y se entusiasmo por esa ruta de adoquines hizo que dejase la minería para probar suerte en el ciclismo. Fue profesional de 1952 a 1968 y llegó a ganar un Mundial (1962) y etapas en Tour, Giro y Vuelta a España.

Se obsesionó en convencer a los organizadores para que incluyeran el tramo adoquinado de Arenberg en la carrera y se estrenó oficialmente en la París-Roubaix de 1968 (aquel año ganó Eddy Merckx) y desde entonces se convirtió en icono. No solo por su dificultad, sino por su estética: una recta larga, oscura, flanqueada por árboles, donde el sonido de las bicicletas sobre el adoquín parece un tambor de guerra.

Una recta, mil tragedias

Son solo 2,3 kilómetros de longitud (pendiente promedio del 0,9%), pero cada metro puede costarte la carrera. El acceso es estrecho, con una ligera pendiente descendente. El adoquín está más hundido y separado que en otros tramos, con musgo y barro.

El perfil de los adoquines de Arenberg / CLIMBFINDER

No hay escapatoria: si entras mal colocado, pierdes el grupo; si te caes, puedes romper algo más que la bici. Este tramo está situado aproximadamente a 95 kilómetros de la meta en el velódromo de Roubaix. Es el tramo 19 de los 29 sectores de pavé con los que cuenta el Monumento francés y acostumbra a ofrecer vídeos e imágenes únicas con el público rodeando el adoquín.

Así se ve el tramo de adoquines de Arenberg desde las alturas / PARÍS ROUBAIX

Entre las caídas más recordadas están la de Johan Museeuw, en 1998, se fracturó la rótula en Arenberg y casi pierde la pierna por infección. Años más tarde, en 2006, George Hincapie sufrió la rotura del manillar y cayó violentamente. En 2011, Sebastian Langeveld quedó fuera tras una montonera en la entrada del bosque.

Arenberg es un filtro natural. Si llegas mal colocado, sin piernas o sin suerte, te despide de la lucha por la gloria. Por eso, los favoritos se juegan la vida por entrar en cabeza. Se lanzan sprints a 65 km/h antes de su entrada, como si el final estuviera allí.

Un detalle que se hizo viral antes de la París Roubaix de 2024 tuvo que ver con la curiosa manera de desbrozar algunas zonas de adoquines, con unas cabras que ayudaron a limpiar las malas hierbas junto a la carretera. Este año han sido sustituidas por estas maquinas que se encargan de mantener el adoquín limpio y liso.

"No es un tramo, es un muro invisible", dijo Tom Boonen, que ganó la Roubaix cuatro veces. "Puedes entrenarlo mil veces. El día de la carrera nunca es igual".

Incluso los españoles que se han atrevido a enfrentarlo lo describen con palabras mayores. Juan Antonio Flecha decía que era "como bajar a las trincheras de la Primera Guerra Mundial". Imanol Erviti, uno de los mejores gregarios, lo reconocía con respeto: "Te rompe el cuerpo, pero más la cabeza".

Los ciclistas españoles nunca han tenido una relación fácil con el pavé, pero algunos aprendieron a sufrirlo. Flecha lo atacó de lejos, Freire lo sobrevivió con técnica, y corredores como Castroviejo o Erviti lo incorporaron en sus temporadas para ganar solidez.

El dato: ningún español ha liderado la carrera al salir de Arenberg, pero muchos han logrado mantenerse en el grupo bueno, lo que ya es una victoria personal.

¿Por qué fascina tanto Arenberg?

Porque Arenberg no es solo ciclismo. Es simbología pura. Representa la fragilidad del ciclista, la violencia del adoquín, la belleza del caos. Cada abril, millones de ojos lo esperan. Y cada año, el bosque dicta sentencia.

No hay otro tramo igual en el mundo. Ni en Flandes, ni en el Giro, ni siquiera en la Strade Bianche. Arenberg es una cápsula del tiempo, una cicatriz abierta que la París-Roubaix mantiene para recordarnos que el ciclismo, en su forma más pura, nunca fue cómodo.

En esta edición de 2025, con Tadej Pogačar debutando en la prueba, todos los focos estarán otra vez en Arenberg. ¿Se atreverá a atacarlo? ¿Logrará Van der Poel dominarlo una vez más? ¿Qué nombre se borrará del grupo por una caída?

La organización decidió modificar la polémica 'chicane' de entrada a este tramo de adoquines y cambió la aproximación con un callejeo por Wallers, a la izquierda de la carretera usada hasta 2023 para reducir la velocidad y evitar mayores peligros.

Es vital llegar bien colocado a esa zona y, de hecho, el propio Tadej Pogacar publicó hace una semanas un entrenamiento en el que se le veía justo en este tramo de la París Roubaix antes, incluso, de confirmar su participación en la prueba.

El esloveno del UAE, junto con Van der Poel, son los dos grandes favoritos en el tercer Monumento del año. Uno ganó la Milán-San Remo, el otro el Tour de Flandes. Eso sí, ninguno de los dos sabe lo que puede llegar a suceder en Arenberg.

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La París-Roubaix siempre cambia de ganador, pero Arenberg siempre gana.

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