Vivir con TOC: «Si pierdes la cuenta de las baldosas, un familiar va a morir»
No es ser meticuloso ni obsesivo. Vivir con un TOC puede ser un sufrimiento permanente en el que si no cumples con múltiples rituales al día, «algo terrible va a ocurrir». En los casos graves, te limita hasta el punto de recluirte. Una paciente cuenta su experiencia, la importancia de que haya recursos para tratarlo y cómo ha logrado minimizarlo para llevar una vida plena.

Un instante de la obra TOC, en el que un paciente va apisar una raya de baldosa. / | T. Garriga
Imagínate que todas las decisiones que tomas, desde que te levantas hasta que te acuestas, las cuestionas con intensidad, porque de ello depende el bienestar de tu gente. Cada vez que eliges una prenda, cada vez que posas un pie en el suelo… Imagina que ese miedo que puedes tener por subirte a un avión, lo sientes simplemente por perder la cuenta de las baldosas que pisas en tu camino. Porque estás convencido de que algo terrible va a pasar, de que alguien va a morir… Y así siempre, las 24 horas del día. Esto es lo que vivía Sabela Arias —nombre ficticio—, que lidia con un caso grave de Trastornos Obsesivo Compulsivo (TOC), desde hace dos décadas.
Hay TOCs de lo más variados. Sabela comparte la historia del suyo para dar a conocer la complejidad de convivir con este trastorno. «Muchos creen que es ordenar cosas o ser muy limpio, pero eso son manías», señala y lamenta que «ahora todo el mundo cree que tiene una enfermedad mental». Pide «hilar fino» para no banalizar los casos verdaderamente patológicos y que lleguen los recursos para tratarlos.
Es difícil saber cuánta gente padece un TOC porque no se confiesa fácilmente. «Les da apuro pasar por locos», cuenta el jefe de Salud Mental del Chuvi, el doctor José Manuel Olivares. Pero no son pocos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que ha limitado a un 2,5% de la población en algún momento de su vida.
Sabela también era una especialista en ocultarlo: «Te da muchísima vergüenza y te sientes solísimo en el planeta». Cree que fueron unos episodios traumáticos a los 12 y a los 20 años los que avivaron algo que tenía latente, «una necesidad de control, de problemas de ansiedad». Y para gestionarla, inventaba rituales sobre la marcha. Por ejemplo, si tenía un examen, iba por un camino concreto al instituto, pisaba una raya concreta... «Todo, desde que te levantas hasta que te acuestas, sigue un patrón. Y si te lo saltas, hay que volver a empezar», cuenta.
Primer contacto con Psiquiatría
Acudió al psiquiatra a los 30 años por amor. «Nadie querrá estar con alguien como yo. Si llego a estar con una persona en la intimidad y descubre este cuadro...», temía. El doctor le propuso medicarse. «De ninguna manera podía tener yo una enfermedad mental», se dijo y añadió: «Lo arreglo con fuerza de voluntad». Siempre fue muy exigente consigo misma y vivió en un ambiente competitivo, lo que la ayudó a superar limitaciones como volar. Aunque «iba borracha perdida», llorando todo el trayecto o montando buenos líos.
La serotonina que aportan algunos de los medicamentos que mejor funcionan con el TOC se la proporcionó de forma natural ese noviazgo. Y, en los momentos malos, él la llevaba de la mano por que ella «no podía decidir ni qué baldosas pisar». Pero cuando el amor «se desvaneció como las burbujas de la gaseosa» y un reto profesional se le juntó para acabar de disparar la ansiedad, se produjo un «catacrack» que le llevó a «salir del armario» ante su familia.
Esta traductora, tenía que borrar la página en la que llevaba horas trabajando si le entraba un pensamiento intrusivo con una palabra; o rehacía el camino al supermercado, si perdía la cuenta de las baldosas. Si no, «algo terrible iba a pasar». Aunque es muy inteligente y cree en la ciencia, no puede evitarlo. Y es «un dolor sincero y permanente». En las peores épocas, cuenta que «buscas espacios seguros». Primero, su casa. Luego, su habitación. Al final, su cama. «No podía decidir con qué pie bajaba de ella», señala y añade: «Duermes para no pensar». Desarrollaba tal empatía con las desgracias de los demás, que no era capaz de gestionarla y se separaba. Perdió amigos así. «Pensarán que soy una cretina», lamenta.
¿Cómo está ahora?
Ahora no está bien del todo. Tiene recaídas, con picos de ansiedad que le bloquean. Pero se han rebajado en un 90% y es una persona «funcional». Ha sido capaz de hacer grandes cosas en su carrera y de llevar una vida plena. De hecho, empieza a sentir «orgullo de TOC» y lo usa casi como «una herramienta de empoderamiento». Se lo debe a la medicación y a las horas de terapia psicológica y psiquiátrica —más de mil—. «Se combate con conocimiento», resalta. Por eso defiende la necesidad de dotar a la sanidad pública de los recursos suficientes. «Tengo cita con la psicóloga de la seguridad social una vez al año, así que pago 230 euros cada mes por lo privado. La gente que no tiene recursos no puede», denuncia.
industria farmacéutica no ha puesto mucho empeño en darles soluciones y, dependiendo del caso, usan antidepresivos, antipsicóticos o incluso, antibióticos —en algunos casos, como en niños, pueden deberse a infecciones—. En el Chuvi ensayan fármacos nuevos
El Chuvi ensaya nuevos medicamentos
El jefe de Salud Mental del Área Sanitaria de Vigo, el doctor José Manuel Olivares, diferencia los rasgos de personalidad de perfeccionistas, meticulosos u obsesivos, con los TOC, con síntomas que «plantean un problema importante para la vida». Hay dos tipos: las obsesiones, con pensamientos intrusivo que el paciente detecta como absurdos pero no es capaz de evitar; y las compulsiones, rituales o conductas para contrarrestar la obsesión. Unos van bien con medicación; otros con terapia; y otros, con nada. Señala que la
por vía glutamatérgica.
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