Un beso, una mirada y tal vez un adiós

La pandemia del coronavirus ha proyectado millones de imágenes en todo el mundo y ha puesto a flor de piel los sentimientos como nunca acordamos en esta generación

Una mujer se despide con un beso tras del cristal de una residencia

Una mujer se despide con un beso tras del cristal de una residencia / Susana Vera

Salvador Rodríguez

Salvador Rodríguez

No conozco nombre ni apellidos de esta mujer que, agazapados sus labios tras una mascarilla azul, saluda ignoro a quién, que a su vez debe corresponderla, desde el otro lado del cristal. Pero sé quién es. Me he fijado en sus ojos y en ese beso al aire que, silencioso, semeja paradójicamente sonar como un disparo, como una flecha que hiere o como una bomba que explota en los recovecos del alma, a la esquina izquierda del corazón. Porque bien pudiera ser cualesquier madre, la mía, la tuya, que se despide de su hijo con esa mezcla de ternura, tristeza y resignación, cual si se tratase de un último adiós, que ha captado en su objetivo la autora de la foto, Susana Vera. La imagen fue tomada en la etapa más dura de la pandemia, la del confinamiento total en plena primavera, cuando el virus se coló indiscriminada y criminalmente en las residencias con su guadaña, sembrando de luto las habitaciones en las que duermen quienes apuran el postrero tramo de sus vidas pertrechados en los cuarteles generales del punto y final.

Un sanitario desinfecta el cuarto de un anciando en una residencia de mayores

Un sanitario desinfecta el cuarto de un anciando en una residencia de mayores / Médicos Sin Fronteras

En otra residencia, oteo al viejecillo que, extrañado, contempla a una figura que le recuerda a un astronauta directamente aterrizado de la Luna, pero que en realidad es un sanitario que desinfecta las dependencias de su cuarto. Si me dejasen apostar, diría que el anciano nunca supo, sabe ni sabrá qué pinta allí aquel extraño individuo y, casi seguro, lo habrá acusado de haber roto su paz de desilusiones, sueños rotos y memoria perdida en el laberinto de una vida vivida de la que ya no recuerda apenas nada.

A la izquierda, balcones de Vigo en los primeros días de alarma. Arriba y abajo, ancianos en sendas residencias. | // J.LORES//MEDICOS S.F//SUSANA VERA

A la izquierda, balcones de Vigo en los primeros días de alarma / J. Lores

Fueron, aquellos, días de balcones. Al principio nos citamos para aplaudir, puntuales, a los sanitarios que, al límite de su resistencia mental y sobrepasada su capacidad física, combatían en primera línea de fuego; combatían por la vida embutidos en batas blancas, cuando ni siquiera había mascarillas para todos. De aquella salíamos porque sentíamos la necesidad de hacer algo, aunque fuese un mero gesto de apoyo, de “estamos con vosotros” que no sabemos si valió para algo que no fuere saciar nuestras inseguras conciencias. Y, al final, salíamos, y salimos, para respirar un cachito de alegría.

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