5 años y el antes y el después de una enfermedad que agitó el mundo: «Nos enfrentamos a lo desconocido»

«Nos preparó para saber que hay que adaptarse rápido a los cambios y dar la mejor respuesta posible; fue un alivio cuando se pudo recuperar la normalidad», recuerda la trabajadora de un geriátrico

«Sentías silencio y desamparo», rememora un cura sobre los entierros con restricciones

 
Javier Fraiz

Javier Fraiz

Ourense

Unos nubarrones oscuros que apenas filtraban la claridad representaban el sentido de los duros días de abril de 2020, cuando el mundo vivía afligido por una pandemia en avance descontrolado. El 21 de ese mes, el sacerdote Francisco Enríquez abandonaba el cementerio de Melias (Pereiro de Aguiar) tras el entierro de una mujer fallecida por covid. Las severas restricciones de lo peor de la pandemia alcanzaban los ámbitos más íntimos y alteraron todos los usos y costumbres. «Me quedaron especialmente grabados los casos de familiares que solo pudieron acudir al cementerio y ver el ataúd, pero no a su ser querido. Éramos muy pocas personas, con distancia, con mascarillas. Sentías silencio, desamparo, una especie de intemperie. Era una situación poco esperanzadora y tan límite que no encontrabas muchas palabras que aportar para dar consuelo», rememora ahora el cura. Con 74 años —51 en el sacerdocio—, gestiona cinco parroquias: Velle, Sabadelle, Vilariño y A Carballeira, además de Melias.

Es uno de los protagonistas de una serie de imágenes del antes y después que capturan el paso del tiempo y contraponen, en un acusado contraste, cómo eran las rutinas durante lo peor de la pandemia, de la que se cumplen 5 años.

El cura Francisco Enríquez, en el cementerio de Melias, en 2020

El cura Francisco Enríquez, en el cementerio de Melias, en 2020 / Brais Lorenzo (EFE)

El cura Francisco Enríquez 2025.

El cura Francisco en 2025. / Brais Lorenzo

«Nos enfrentamos a una situación desconocida, no sabías qué iba a pasar ni cómo iba a evolucionar. En la medida de lo posible y de lo que cada uno pudo, hicimos todo lo que estuvo en nuestra mano para que la situación no fuese aún más grave», recuerda Sonia Opazo, trabajadora social en la residencia de mayores San Carlos, en Celanova, uno de los geriátricos golpeados por el coronavirus.

«Una experiencia como la que vivimos te prepara para saber que hay que adaptarse rápidamente a los cambios, analizar la situación y dar la mejor respuesta posible dentro de las posibilidades», expresa la profesional. Los cinco años transcurridos parecen muchos más, reconoce. Mascarilla, guantes, batas desechables, distancia de seguridad, uso de desinfectante, evitar el contacto físico... Los protocolos que impuso el covid durante las sucesivas olas alteraron la forma de relacionarse. «En cuanto se pudieron relajar las medidas, volver a la vida normal y a relacionarse como antes fue un alivio, nos hizo respirar más tranquilas. Poder recuperar el contacto físico y cercano con los mayores, hablar tranquilamente con ellos, que también pudieran relacionarse... Se restauró la relación persona a persona», describe. «Al principio, cuando todo estaba más reciente, los recuerdos venían más a la cabeza, después intentabas no revivirlo mucho, pasar página y pensar en lo positivo», explica con la perspectiva de la vivencia de la pandemia en la primera línea. La máxima de estas profesionales no ha variado: «Estar pendientes de ellos, cuidarlos, que sean el centro de atención y hacerles la vida lo mejor posible», resume Opazo.

Las trabajadoras de San Carlos, en el cumpleaños de Elena en 2020.

Las trabajadoras de San Carlos, en el cumpleaños de Elena en 2020. / Brais Lorenzo (EFE)

Las trabajadoras de San Carlos ahora.

Las trabajadoras ahora. / Brais Lorenzo

En un contexto muy difícil, en el geriátrico San Carlos, de 58 plazas, hubo algún instante luminoso en medio de la dura situación general. El 2 de mayo de 2020, Elena Pérez celebró sus 98 años con una tarta de cumpleaños y el cariño de las cuidadoras de la residencia, ataviadas con mascarillas, epis y guantes a su lado, rodeándola en un aplauso mientras la mirada de la señora desprendía cariño y alegría. Había superado el coronavirus dos semanas antes. En aquel momento las visitas de los familiares estaban suspendidas. La imagen de Brais Lorenzo, galardonada con el premio Ortega y Gasset —entre otros reconocimientos a nivel internacional— arrojó luz y esperanza en medio de la crudeza de la primera ola. «Fue una demostración de que, aunque la situación era muy complicada, la vida seguía y había que celebrar que hubiera mayores que seguían cumpliendo años. Eran pequeños momentos de alegría, una manera de decir: ‘Aquí seguimos, aquí estamos’», rememora Sonia, la profesional que sostenía el dulce de cumpleaños, con las velas encendidas, al lado de Elena. La nonagenaria falleció en noviembre de 2021. «Llevaba con nosotros en el centro desde marzo de 2009».

Estrella Almeida, hoy con casi 104 años, y la trabajadora Lupe Rodríguez, en el geriátrico San Carlos.

Estrella Almeida y la trabajadora Lupe Rodríguez, durante la pandemia / Brais Lorenzo

Estrella Almeida, hoy con casi 104 años, y la trabajadora Lupe Rodríguez, en el geriátrico San Carlos.

Estrella, hoy con casi 104 años, y Lupe, en el geriátrico San Carlos, ahora. / Brais Lorenzo

Esta nonagenaria estuvo en San Carlos y en el centro integrado de Baños de Molgas en el que se atendió a mayores con covid. Por ese lugar pasó también Estrella Almeida, una mujer de Celanova a punto de cumplir 104 años. Vive en el geriátrico de San Carlos desde junio de 2018. Llegó a estar hospitalizada por el coronavirus, pero logró recuperarse y dejar atrás una enfermedad con una mortalidad más elevada entre los ancianos. «Se colles as cousas con cariño, todo vai ben. Se as colles tortas, nada», dice la centenaria con una filosofía vital que tiende al optimismo. En el hospital cantaba, afición que mantiene, recitando las letras con buena memoria. «Algún día era yo de tu plato mejor sopa, ahora soy un veneno de los labios de tu boca», enuncia. El dolor en un brazo y problemas de visión en un ojo le suponen algunos achaques. «Durmir durmo moi pouco», añade. Su memoria a caballo entre dos siglos perdura. «Era de Amoroz, o lugar dos fogueteiros, e casei no Piñeiro co ferreiro, alí vivín. Tiven moitas vacas. Co meu carro collía o arado e araba. Rozaba os toxos para estercar as terras. Era labrega».

Desde el 8 de marzo de 2020, cuando se diagnóstico el primer positivo por coronavirus en Ourense, en la provincia se registraron más de 87.100 infecciones hasta mayo de 2023, momento en el que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró el fin de la emergencia internacional por covid. En la provincia se produjeron en ese periodo más de 13.300 hospitalizaciones asociadas al coronavirus y 673 fallecimientos de personas que tenían el patógeno.

«Aunque sociológicamente se asegura que la pandemia marcó un antes y un después yo no sabría decir qué lección se ha aprendido», reflexiona el cura de Melias, cinco años después. «Quizá, la fragilidad inmensa a la que podemos estar sometidos en una sociedad con tantísimos recursos», finaliza.

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