150 ANIVERSARIO
El sueño madrileño de Antonio Palacios

Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid. / FDV
Isabel Díaz Ayuso
Hay un Madrid literario y barroco y universal, el del Siglo de Oro, y otro más en Costa Fleming; una capital que sube hasta el cielo de Azca y otra que ha transformado la M30 en un bosque junto al Manzanares. Y luego está el Madrid de la Edad de Plata, que se configura en las primeras décadas del siglo XX gracias, entre otros, al arquitecto Antonio Palacios, miembro de la Generación del 98. Del Palacio de Comunicaciones –hoy sede del Ayuntamiento en Cibeles–, al Círculo de Bellas Artes, el antiguo Hospital de Jornaleros –que hoy alberga la sede de la Consejería de Transportes–, o el Palacio de las Cariátides –sede del Instituto Cervantes–, sus emblemáticos edificios dieron la pauta para el nuevo Madrid en torno a la Gran Vía en la capital de España. Pero quizá la huella más sustancial del arquitecto de Porriño sea menos evidente; me refiero, claro está, al metro.
Palacios, en efecto, fue el arquitecto oficial del metro madrileño, el primer suburbano construido en España, gracias al empeño visionario de los ingenieros Carlos Mendoza, Antonio González Echarte y Miguel Otamendi, éste último asiduo colaborador de Palacios durante años, y a la audacia del Rey Alfonso XIII, que aportó el millón de pesetas necesario para constituir, en 1917, la Compañía Metropolitano Alfonso XIII. Dos años después, el Metro de Madrid comenzó a facilitarle la vida a los madrileños y a todas las personas que visitaban la ciudad. El mero hecho de tenerlo era y es un aliciente para el turismo, un rayo de vanguardia y del siglo XX, que venía a superar la modernidad, un espectáculo de raíles y túneles que brillaba con luz propia y que fue, desde el primer día, ejemplo de ingeniería y pericia en todo el mundo.
Palacios destaca también por la importancia que concedía a los materiales, especialmente el granito y la cerámica; de ahí que los azulejos sean protagonistas en la decoración de varias estaciones de metro. Sus investigaciones son otra demostración del espíritu inquieto de su época: de esa España llena de artistas que eran científicos y viceversa.
Fue un visionario a quien el académico Fernando Chueca Goitia definió como «la figura más poderosa de la arquitectura española del primer tercio del xx y la personalidad más difícil de clasificar y encerrar en unos parámetros convencionales». Su síntesis de modernidad y clasicismo, su vinculación con el estilo art déco y su monumentalidad geométrica acercaron sus obras al pulso de cineastas como Fritz Lang o D. W. Griffith. Sin olvidar una pericia técnica que lo hizo muy admirado por varias generaciones de ingenieros.
En 2024, Metro de Madrid cumple 105 años. Y aún podemos disfrutar de hitos arquitectónicos tan impresionantes como el vestíbulo de la estación de metro de Pacífico, de 1923, que ha sido rehabilitado para conservar todos sus magníficos detalles arquitectónicos. Que hoy, un siglo más tarde, muchas de las paradas del Metro de Madrid sigan siendo las que fueron, demuestra que las cosas bien hechas no sólo perduran, sino que pasan a formar parte del paisaje de todos los que vivimos en una ciudad como Madrid.

El metro de Gran Vía / FDV
Nuestra ciudad, Madrid, nuestra región, y toda España, le deben mucho al ingenio y al talento de Antonio Palacios. Porque las obras que realizó no sólo embellecían sino que destacaban, rompían el skyline de nuestro horizonte y llenaron de emblemas nuestras calles. Y eran útiles, cumplían su función, como corresponde al que Ortega llamó «el arte más social»: la arquitectura. Pusieron la ciudad en movimiento y sentaron las bases de la gran urbe contemporánea en la que Madrid se convirtió.
Todas y cada una de las obras de Antonio Palacios hicieron de Madrid una ciudad mejor, más dinámica, más viva, menos lejana. El Metro conectó barrios enteros y permitió que las distancias se hicieran cortas. Demostró que la rapidez y la eficiencia no están reñidas con la autenticidad, la belleza ni la generosidad. Los grandes arquitectos, como Palacios, van dejando en Madrid fotografías de los distintos momentos de nuestra Historia, y aún nos hablan.
A Palacios la muerte le sorprendió retirado de todo y todos en una casa que él mismo diseñó en El Plantío, en el barrio de Moncloa-Aravaca. Un lugar recogido y austero, casi monacal, en contraste con la colosal apuesta que distingue sus obras más emblemáticas. Pero el silencio de los últimos años, marcados por la tragedia de la Guerra Civil y, por supuesto, por la consagración de nuevos estilos, que lo dejan atrás, como es ley de vida en la historia del arte, nunca eclipsó la huella de sus grandes proyectos.
De hecho, por el trabajo del arquitecto gallego no pasan los años. Sus obras duran. Sus edificios no sólo envejecen bien, sino que mejoran con los años. Y esa fue una de las obsesiones de Antonio Palacios, ya fuera haciendo una vivienda o un edificio público: concebir una arquitectura inmune a las modas.
Nuestra ciudad, Madrid, nuestra región, y toda España, le deben mucho al ingenio y al talento de Antonio Palacios
Nos queda su legado, que es el nuestro, el de todos los que vienen a la capital de España atraídos por el «sueño madrileño».
Ese “sueño madrileño” del que Antonio Palacios fue embajador e impulsor, era y es cruce de caminos donde caben los acentos y las gentes del mundo entero, reflejado en números edificios y obras públicas que dejó en la capital de España.
Uno de los arquitectos más influyentes de la historia reciente, Frank Gehry, dice que «la arquitectura debería hablar de su tiempo y lugar, pero anhelar la atemporalidad». No se me ocurre una mejor definición del legado de Antonio Palacios: alguien que consiguió perdurar en la Historia por su firme sentido del orden, de la belleza, de la armonía y sobre todo, de la calidad. Y que fue capaz de lograrlo sin dejar de explorar, sin perder su curiosidad, arriesgando y renovándose hasta el último instante. Alguien que, con su talento, ha hecho de Madrid y de España un lugar mejor.
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