«Cuando tenía 32 años tuve un gravísimo accidente de tráfico por el que entré tres veces en parada cardiorespiratoria. El impacto me tuvo 4 años en rehabilitación pero sus secuelas aún persisten, porque el accidente me dejó la pelvis destrozada, el sacro machacado. Y, por consecuencia, una parálisis. Aún hoy lo peor son las crisis de dolor, por lo que me veo obligada a tomar una medicación muy fuerte. Pero yo soy el ejemplo de que se puede». Este potente testimonio es parte de la vida de María Mato, alumna del EPA Río Lérez, quien quiso compartir sus vivencias en la ya clásica «Moito que aprender», una sesión que cada año organiza el instituto para inspirar a la gente. En las aulas del centro, María ha sacado Bachillerato y ahora cursa una formación no reglada mientras se anima para el siguiente reto: aprender inglés, «porque hice Bachillerato con francés». Ella, junto a otros 29 compañeros, tuvo la generosidad de compartir su experiencia vital para darle fuerza a otros alumnos que puedan sentirse inseguros. O que tengan miedo ante las dificultades que supone ponerse a estudiar cuando uno va fuera de los tiempos reglados. Las responsabilidades propias de un adulto, que impiden que disponga de todo su tiempo y recursos para sí mismo, junto con el hecho de estar desentrenado en eso de estudiar desde hace tiempo, son los principales escollos que deben superar los alumnos adultos de la EPA. En algunos casos también el idioma o tener que desenvolverse en un ambiente totalmente distinto a su cultura, pues hay muchos estudiantes extranjeros. Y en otros, la barrera que se pone uno mismo cuando se deja llevar por sus temores. Como ese terrible y recurrente pensamiento que todo lo carcome: «¡Qué pinto yo allí si soy muy mayor! No seré capaz». Pero María, con sus palabras sirvió como bálsamo sanador de tanto machaque limitante. «Cuando yo empecé en la EPA lo hice estudiando la ESA (ESO para adultos). Fue gracias a profesores como Desi Cerqueira, Nacho y Maica que me atreví a seguir estudiando Bachillerato. Creía que habría mucha gente de la edad de mis hijos. Yo tengo 49 años y ellos cerca de 20. Y, ¿sabéis qué pasó? Pues que acabé estudiando Bachillerato con mi hijo mayor Alexander (19 años). Él quería hacer un FP pero se descuidó con las fechas de matrícula. Mi marido le dijo: ¿por qué no vas a clase con mamá? Y él decidió que sí. Claro, a mí me daba vergüenza tenerle en mi clase, pensaba que cómo iba a contestar con él delante. A sí que le pedí que no le contara a nadie que era su madre. Un día en el pasillo, delante de treinta o cuarenta personas me dijo: «Mamá, me voy a tomar algo con estos, te quiero. Y me dio un beso». Así que pasé a ser la madre de Alexander, pero todo fue muy bien. Yo terminé el curso y él se lo saca poco a poco, porque lo compatibiliza con varios trabajos». La fortaleza de María se vio de nuevo puesta a prueba. En el camino tuvo tres pérdidas irremplazables. «En solo seis meses perdí a mi padre con 71 años y a mi madre con 68. Y un año después a mi hermano con 52. Superar la muerte de alguien cercano cuando es tan joven es muy difícil y la EPA me ayudó a superarlo», explica. Dice que estudiar le permitió ocupar su mente y fijarse un objetivo en la vida al que agarrarse. «Yo no trabajo (el accidente le dejó una incapacidad del 70%), como muchas personas. Entonces, ¿por qué no estudiar? Permite sentir la mente entretenida, aprendes, sirve de terapia. Pero sobre todo, te superas. Y te sientes activo porque vas con el cambio de generación. Si no, te quedas fuera. Si con 92 años vemos a compañeros que se están sacando carreras, si ellos pueden... ¿cómo no vamos a poder nosotros también?», anima. Y recuerda que aunque el profesorado y sistema del instituto Río Lérez ofrezca todo tipo de apoyo y facilidades, conseguir los objetivos es una cuestión totalmente personal. «Yo estudie de forma semipresencial Bachillerato, contaba con tutorías con profesores cada quince días. Y fui sacando las asignaturas poco a poco. Tienes que poner muchísimo trabajo en casa. Es duro, no es nada fácil porque requiere compromiso y es exigente, pero se puede si quieres hacerlo». Valeria, Frade, Papa, Amelia, Chelo, Xabi, Youssef, Ceus, Mercedes, Ingrid, Carmen, Raúl M., Esperanza, Loly, Andrea, María, Johan, Paola, Mónica, Isabel, Iago, Ousseynou, María, Mª José, Raquel, Ángela, Bernardo, Diego, Laryssa; son los 29 alumnos y exalumnos que contaron su experiencia ante una biblioteca llena de gente con ganas de escuchar. «Moito que aprender es importante porque cuando los alumnos mayores entran en la EPA creen que están desubicados y que su situación es excepcional. Así pueden ver que hay otros con circunstancias similares o peores, y salen adelante. Es muy importante que vean ese reflejo de la calle para que traspasen la frontera del instituto. Ven la trayectoria de otros estudiantes y tienen un modelo en ellos. Además de fomentar el apoyo entre el alumnado», analiza el director do centro de educación para adultos EPA Río Lérez, Carlos Medina. La música de Cristina Eiró y el dúo compuesto por Irma Macías y Luis Pinto, amenizó la jornada.