«Mi mujer y yo hemos pasado más horas aquí que en nuestra propia casa. A ella solo íbamos a dormir», confiesa Manuel Alén Abelaira, que durante más de medio siglo ha estado al frente del Bar París, todo un referente de la hostelería local y que se despide ahora tras décadas en las que el eco de las conversaciones, el tintineo de los vasos y el aroma a café recién hecho lo convirtieron en un santuario de la vida local. Manuel Alén llegó al Bar París en 1972, hace 53 años, cuando su padre tomó las riendas de este local histórico ubicado en la calle Real. Desde entonces, el tiempo pareció detenerse en su interior, conservando la esencia de mediados del siglo XX en cada detalle: las mesas, las sillas, la barra, la ambientación... «El aspecto es exactamente el mismo que tenía ya el local cuando lo cogió mi padre. Solo pinté, cambié el color de las sillas y algunos arreglos, pero nada más, todo sigue igual que entonces», relata, orgulloso de haber preservado la autenticidad de un lugar que forma parte de la memoria colectiva de la Boa Vila. El París había abierto sus puertas a finales de los años 60, ocupando el bajo de una antigua zapatería. Bajo la batuta de Manuel y su esposa, Adelina (Adela) Gamallo Barros, recientemente fallecida, se convirtió en un referente de la hostelería local, un punto de encuentro donde se tejían historias y se compartían momentos. Ella fue otra alma máter del local, y los numerosos clientes dan fe de que bordaba los platos de casquería: riñones, callos o hígado que convertía en delicias culinarias. «Era una pasada, una mujer fenomenal», constata con una mirada de nostalgia su viudo. Durante décadas, el Bar París fue un hervidero de actividad, con el altillo lleno de clientes y la planta baja desbordante de vida. «Tenía llenos arriba y abajo, pero los tiempos fueron cambiando», reflexiona Manuel, consciente de que nada permanece igual. Otro foco de actividad del local es el despacho de lotería. «Tenemos juegos de apuestas, muchas deportivas también y hemos dado algunos premios buenos, tanto en pesetas como en euros». En una ocasión un cliente ganó 16 millones de las antiguas pesetas, y en los últimos tiempos ha repartido «varios premios de 97.000 y de 50.000 euros», explica. Tras medio siglo de labor, aconseja a los jóvenes que se inician en su oficio que entiendan que la hostelería forma parte del sector servicios y que habrán de trabajar en momentos en los que gran parte de la población disfruta de su ocio. El oficio, indica, «es esclavo y tienes que trabajar todo el día. Y ahora está de moda trabajar por la mañana, cerrar a mediodía, trabajar después por la noche. No sé, les irá bien, pero yo desde que estoy aquí en el bar abro siempre a las 8 de la mañana y cierro sobre las 10 o 11 de la noche, lo hago todos los días». Esa fue siempre la rutina de Manuel y Adela: «Veníamos para aquí a la mañana a las 8, estábamos aquí todo el día hasta la noche e íbamos a casa solo a dormir». Solo en los últimos tiempos se permitieron el lujo de cerrar los domingos. Ahora, tras la pérdida de su compañera y la llegada de la jubilación, Manuel ha decidido bajar la verja del Bar París, que cerrará sus puertas «el próximo mes», avanza, si bien aún no ha decidido la fecha. «Estaba solo aquí y me voy a jubilar», explica con una sonrisa. «Ahora quiero descansar y disfrutar de mi nieta». Pero, ¿qué es lo mejor de estar detrás de una barra durante más de medio siglo? Para Manuel, la respuesta es clara: «Lo mejor de estar aquí es la amistad que coges con la gente, que casi todos somos de la familia. Uno te cuenta una historia, otro otra diferente, y al final es como si fuésemos una familia todos juntos». El Bar París fue un hogar para Manuel y Adela, y un lugar donde varias generaciones de pontevedreses compartieron vidas, celebraron alegrías y se consolaron penas. Entre sus paredes la amistad y la camaradería se cultivaron como las mejores cosechas. Y aunque en unos días cierre sus puertas, permanecerá para siempre en la memoria de quienes lo conocieron.